el paraiso perdido

Reflexiones sobre el mundo del misterio sobre sus investigadores, el uso y abuso que de el hacen, siendo sus victimas los creyentes en los fenomenos mal llamados paranormales. Tambien de vez en cuando se podra leer reflexiones mas mundanas y tangibles pues si el misterio se rodea de magia la Vida misma es mágica y todo fuera de ella esta vacio de misterio

martes, diciembre 19, 2006

Condenados



"Extracto del libro de los Condenados"

...Hay tambien las «Cruces de las Hadas».
Entre el punto de union de la cresta Azul y de los montes Alleghanys,
al norte del condado de Patrick, en Virginia, se han hallado unas cruces muy pequeñas
Una raza de seres minúsculos.
Que crucificaban a sus condenados.
Seres refinados, poseyendo la crueldad de todos los refinados.
Eran hombres en miniatura: crucificaban.
Las «Cruces de las Hadas» pesan, según el Harper's Weekly,
de catorce a veintiocho gramos, pero algunas de entre ellas,
según el Scientific American, son tan pequeñas como cabezas de alfiler.
Se hallan repartidas sobre dos Estados, pero todas las que se han encontrado
en Virginia están estrictamente localizadas en y a lo largo de la Bull Mountain.

Uno piensa entonces irresistiblemente en los sellos chinos de Irlanda.
Algunas son cruces romanas, otras cruces de San Andrés, algunas cruces de Malta.
Esta vez se nos ahorra el contacto de los antropólogos.
Tendremos que tratar con los geólogos, pero el alivio de nuestras sensibilidades
más finas y más reales no será mas que mínimo. Los geólogos han explicado
las «Cruces de las Hadas» por medio del tropismo científico habitual:
las cruces, según ellos, no eran más que cristales, pese a que esta tesis no da
cuenta de la distribución localizada de las cruces, laguna que ellos reconocen
tan sólo de paso.
Pero,.¿y la diversidad de forma de dichas cruces? Ciertamente,
puede haber un mineral poseyendo una gama de formas geométricas,
aunque estuviesen reducidas al tema de la cruz: los copos de nieve,
¿no son acaso una infinidad de formas reducidas al hexágono?
Pero los geólogos, al igual que los astrónomos,
los químicos y otros peces de las grandes profundidades,
han despreciado el dato esencial. las «Cruces de las Hadas»
no están todas hechas de la misma materia.
Es siempre el psicotropismo, el eterno proceso de asimilación.
Los cristales son formas geométricas, se hallan incluidos en el Sistema:
luego, las «Cruces de las Hadas» son cristales.
Pero el que diferentes minerales puedan, en distintas regiones,
componer distintas formas de cristales,
es algo que constituye una seria oposición.
Pero vayamos ahora a otros minúsculos «malditos»,
por la salvación de los cuales se han casi condenado algunos misioneros
científicos.
Los «Sílex Pigmeos».

Son innegables, estan expandidos y son célebres.
Son pequeñísimos útiles
prehistóricos de una longitud de dos a tres milímetros.
Se han hallado en Inglaterra, en la India, en Francia
y en Africa del Sur. No se los discute, no se los desprecia,
han dado incluso origen a una abundante literatura. Sin embargo,
pertenecen a la flor y nata de los condenados.
Se ha intentado racionalizarlos, asimilarlos,
identificándolos como juguetes de niños prehistóricos,
lo cual me parece razonable. Llamo razonable a todo aquello
que todavía no posee un contrario igualmente razonable.
Añadiré también que nada es finalmente razonable,
pese a que algunos fenómenos se acercan más que otros a la razón.
Planteado esto, hay una aproximación mayor que esta noción de los juguetes:
por todos lados donde se hallan sílex pigmeos, todos los sílex son pigmeos.
Al menos en la India, en donde capas de terreno separan
los sílex de mayor tamano de los sílex enanos (Wilson).
Y he aquí el detalle que, por el momento,
me conduce a pensar que estos sílex han sido fabricados por seres humanos
del tamaño de enanos. El profesor Wilson señala que los sílex no solamente
eran minúsculos sino que su trabajo era «minucioso».
R. A. Galty, en Science Gossip dice:
«Es tan fino que para estudiar el trabajo de talla es necesario una lupa».
Hermosa lucha para expresar, en la mentalidad del siglo XIX, una idea que
no pertenecía a su siglo. Esto parece concluir en una teoría,
ya sea en favor de seres minúsculos, grandes como cohombros y talladores
de sílex, ya sea en favor de salvajes muy ordinarios que los hubieran tallado
con ayuda de una lupa.
La idea que me preparo para desarrollar, diría mejor que voy a perpetrar,
a continuación, es intensísimamente maldita Es un alma perdida, lo admito,
o más bien me vanaglorio de ello.
Pero se integra en el método científico de la asimilación,
si pensamnos en los hombres de Elvera.
Pero a este respecto olvidaba decirles el nombre del mundo de los Gigantes
es Monstrator, un universo en forma de huso, de doscientos mil kilómetros
de largo en su eje mayor. Volveremos a hablar de él.
Mi inspiración está, pues, justificada si pensamos en que los habitantes
de Elvera han venido solamente a hacernos una visita.
Han venido en hordas densas, como una nube de langostas,
en expediciones de caza -a la caza de los ratones sin duda, o de las abejas-,
hordas minúsculas horrorizadas ante cualquiera que se tragara
más de una habichuela a la vez, temiendo por el alma de cualquiera
que engullera más de una gota de rocío a la vez.
Hordas de exploradores minúsculos, determinadas en su infinita pequeñez
a hacer triunfar sus derechos.
Tan ínfimas criaturas, apenas desembarcadas de su pequeño mundo,
pasarían bruscamente de lo mínimo a lo enorme. Tragadas de un solo bocado
por cualquier animal terrestre, digeridas por docenas como sin pensar en ello,
caerían en un riachuelo que se las llevaría con su tumultuoso torrente.
«Los datos geológicos son incompletos». diría Darwin. Sus sílex sobrevivirían,
pero sus frágiles cuerpos desaparecerían. Un golpecillo de viento y un elverano
sería barrido a centenares de metros, sin que sus compañeros pudieran
recuperar su pequeño cadáver. Llorarían al desaparecido; respetarían el luto,
y realizarían los inevitables funerales.
Adopto aquí una explicación tomada a la antropología,
la de la inhumación en efigie.
A principios de julio de 1836, algunos muchachos buscaban madrigueras de conejo
en una cadena de rocas próximas a Edimburgo, conocida con el nombre de
Silla de Arturo. En la ladera de una resquebradura,
encontraron algunas hojas de pizarra. Las arrancaron,
y descubrieron una pequeña caverna y diecisiete ataúdes en miniatura,
de cinco a seis centímetros de largo. Dentro de estos ataúdes había
unas minúsculas siluetas de madera, talladas en estilo y materia muy diferentes.
Lo más extravagante era que los ataúdes habían sido depositados en la caverna
uno después del otro, con varios años de intervalo. Una primera hilera de
ocho ataúdes estaba completamente podrida, deshaciéndose en polvo las envolturas.
Para una segunda hilera, igualmente de ocho ataúdes, los efectos del tiempo eran
menos visibles. La última hilera, finalmente, inacabada, estaba compuesta
por un solo ataúd, de apariencia reciente. En la revista escocesa Proceeding
puede leerse un relato detallado de este descubrimiento,
ilustrado con la reproducción de tres ataúdes y de tres siluetas.
Imagino a Elvera, sus bosques tranquilos y sus conchas microscópicas.
Los elveranos puede que sean primitivos, pero toman baños, utilizando esponjas
grandes como una cabeza de alfiler.
Han podido ocurrir catástrofes, y algunos fragmentos de Elvera caer en la Tierra.
En Popular Science, Francis Bingham, describiendo los corales, las esponjas,
las conchas y los crinoideos encontrados por el doctor Hahn en los meteoritos,
declara que su «más notable particularidad reside en su extrema pequeñez».
Los corales, por ejemplo, se hallan reducidos a una vigésima parte de los corales
terrestres. «Representan -escribe Bingham- un verdadero mundo animal pigmeo».

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